martes, 18 de febrero de 2014

Consejos para escribir - Observación

Llevo algún tiempo sin escribir (desde el viernes, para qué vamos a engañarnos, pero estaba ocupada haciendo unos regalos de cumpleaños y empezando un regalo de bodas, pero eso es otra historia), así que hoy vengo con unos consejos para escribir.

Vale, no soy una experta, ni pretendo dármelas de ello pero, al menos, puedo dejar un poco lo que yo hago para escribir. Seguro que hay a alguien a quién le sirve (o eso espero).
Bueno, pues os explico mi experiencia y ya vosotros me decís.

Ayer, que comencé de nuevo las clases, me llevé una libretita conmigo y un bolígrafo extras para hacer la siguiente actividad; la observación. Siempre que voy en el autobús y en el metro veo pasar miles de personas, cada una con su estilo propio, con sus rasgos faciales y, viviendo en Madrid, la variedad étnica es tan amplia que asusta y atrae a partes iguales. Con asustar no me refiero a algo malo, así que no malpenséis. En fin, con dicha libretita, me puse a observar a la gente y la que más me llamara la atención o la que más tiempo pasara frente a/cerca de mi, lo escribiría en la libreta.

Solo escribí  las descripciones de los elementos que más me llamaran la atención, y al finalizar el día me hice con, ni más ni menos, que treinta y nueve descripciones. Podría haber escrito más, pero me parece un número bastante aceptable para un primer día y, estoy segura, de que repetiré la experiencia porque es, creerme, de lo más divertido.

Voy a dejar alguna de las descripciones que más me llamaron la atención, por no poner todas pero, os aseguro que, además de divertido, es muy útil. Te permite observar detalles de las personas que suelen pasar por alto como manchas en las manos, tipo de corte de uñas, limpieza que a simple vista no se puede apreciar, detalles en la ropa... Es muy útil a la hora de construir la apariencia física de un personaje. Las descripciones que pongo a continuación son la que tomé en la libreta (negrita) y otra más elaborada (cursiva) (más que nada porque hay que practicar la descripción, es uno de los objetivos). Además, también pongo el lugar donde vi a esas personas. Me ayudará luego a realizar una compostura para otro ejercicio.


1. Mujer, + 65. Pelo rubio cardado, gafas de sol negras enormes, maquillaje de  base y labios. Abrigo de visón marrón, pantalones camel y botines de tacón gordo marrones. Manos enjoyadas y limpias. Perfume fuerte. (Autobús 6XX, Madrid)

La mujer tenía una apariencia distinguida y aristocrática. Desprendía un olor de un perfume fuerte que iban a la perfección con toda ella y que impregnaba la parte trasera del autobús. No era muy alta, tal vez llegaba a alcanzar el uno sesenta de estatura, pero lo compensaba con unas botas de tacón grueso de piel marrón, las cuales estaban impolutas como toda su apariencia. Vestía tonos tierra; unos pantalones de traje color camel o tal vez beige, no se podía apreciar con exactitud por la mala iluminación del autobús y del día en general, y un jersey marrón oscuro de cuello caja, decorado con un collar de perlas nacaradas que brillaban con cada movimiento que hacía. Además, todo su cuerpo estaba envuelto en un suave abrigo de visón marrón al que parecían que le habían dado ligeras pinceladas de negro aquí y allá. Me llamó la atención su rostro; unas facciones ocultas tras unas grandes gafas de color negro, como si quisiera así tapar el dolor de una pérdida, pero arregladas a conciencia con una base de maquillaje clara y terminada con un tono rosáceo en los labios rodeados por pequeñas arruguitas. Dichas facciones estaban, además, enmarcados por un cabello rubio rizado en permanente, algo que no iba con las normas de la moda actuales. Se pasó una mano por el pelo, intentando amoldárselo en una posición más cómoda y reparé en sus manos. ¿Cómo no había fijado mi vista antes allí, en aquella parte de la anatomía? Una manos blanquecinas cubiertas por pequeñas manchas marrones propias de la edad pero sin arrugas. Sus dedos eran largos y finos, vestidos por unos cuantos anillos dorados, como la alianza que brillaba majestuosa en su dedo anular de la mano derecha. Y sus uñas, largas, finas y brillantes, pintadas con una ligera manicura francesa. Sin duda, aquel que dijera que las manos son la carta de presentación de una mujer tenían toda la razón; y aquella mujer era toda una señora.

2. Hombre, + 22. Castaño claro, pelo rapado con tupé. Gafas grandes, nariz recta. Abrigo azul marino. Pantalones estampados y mocasines. Lleva una cartera femenina y un reloj de oro. (Línea 7, Avenida de América, Madrid)

Cuando le vi entrar en el vagón del metro, en aquella estación de Avenida de América, pensé que era una mujer. ¡Su aspecto era tan andrógino! Pero no, era un hombre; tal vez de movimientos femeninos, pero un hombre al fin y al cabo. Debí de parecer una maleducada, pero su apariencia, toda ella, me tenía fascinada. ¡Jamás había visto a alguien semejante! Era alto, muy alto, tal vez demasiado, y delgado, como el ideal de los actuales diseñadores de ropa. E iba vestido a un estilo que a mi me recordó al de los pasados ochenta. Sus ojos, los cuales no pude observar con claridad, estaban tapados por unas grandes gafas negras de corte recto por la parte superior y redondeada por la inferior. Sin embargo, y aún cuando esos aparatos oculares destinados a proteger del sol -una tontería, puesto que estábamos en un sitio cerrado y eran las nueve y media de la noche-, el resto de facciones de su rostro se podían contemplar con detenimiento. Pómulos sobresalientes y altos, facciones finas y angulosas, rodeando una nariz recta y algo prominente y unos labios gruesos y brillantes. Casi me había esperado que llevase pendientes. Su cabello tenía un corte singular. Estaba rapado a ambos lados hasta pasar de altura a las cejas, pero no demasiado. Se seguía apreciando cabello en aquella zona; tal vez necesitaba rapárselo nuevamente o tal vez simplemente lo había cortado de tal forma que resaltara aquel tupé perfectamente peinado y acomodado por algún tipo de fijador como la laca. No parecía gomina, o al menos no lo aprecié de aquella forma. Creo que me pilló mirando por el movimiento de cabeza que realizó en mi dirección, por lo que bajé la mirada apenada. Pero, dicho gesto me hizo observar su ropa y complementos. Realmente era alguien llamativo y, estaba segura -o al menos una parte de mí me lo decía a gritos- de que, disfrutaba con la atención que recibía. Vestía con un abrigo de paño azul marino de corte recto hasta las rodillas y un pañuelo negro que tapaba cualquier posibilidad de atisbo de su parte superior. Unos pantalones negros ajustados -tan ajustados que parecían leggins- que cubrían sus largas piernas en negro también y, esta vez, con un estampado curioso. Parecían topitos blancos, pero, fijando un poco más la vista, era como pequeños dibujos de escudos rococó. No llevaba calcetines con los mocasines negros brillantes de charol, me sorprendió. Fuera hacía  un frío de mil demonios y, aún así, el vestía como si el frío no le afectara. Todo su atuendo lo completaba un bolso monedero negro, con rostros de actrices antiguas y fotos de monumentos significativos como la torre Eiffel, y un reloj dorado de correa gruesa y metálica que quedaba oculto ligeramente por la manga del abrigo. No pude distraerme mucho más con su atuendo; se bajó tras tres paradas más, quedándome sin entretenimiento.

3. Mujer. + 50. Abrigo y boina azul. Tacones bajos, bolso cadena. Maquillaje fuerte. Labios rojos. Gafas de vista. Broche brillante búho. (Línea 6, circular, Príncipe Pío, Madrid)

Los viajes en metro son aburridos, y más si los vagones están medio vacíos. Cuando las puertas se abrieron para poder abordar el vagón, mis cejas se alzaron en cuanto vi aquella visión azul. Lo bueno de todo, es que la tenía frente a mí al sentarme y no pude evitar mirarla. El vagón estaba vacío al fin y al cabo, y me aprovecharía de suspiros y miradas pasadas para poder contemplarla. Una mujer mayor, o tal vez no tan mayor, puesto que pasaría a duras penas de los cincuenta. Desprendía un olor dulzón, demasiado para mi gusto; una mezcla de flores y vainilla que hacían que mi nariz se moviera involuntariamente conteniendo las ganas de estornudar. Era gracioso, no había visto nunca a una señora que fuera tan conjuntada y, mi sorpresa no era para menos. Llevaba un abrigo azul marino, aunque tampoco era azul marino, tal vez un azul rey, o un azul prusiano, o tal vez un azul petróleo dependiendo de los ojos con lo que lo vieras; que le llegaba hasta la parte inferior de las rodillas. Era un abrigo de cuello bebé, cerrado en el cuello con un botón recubierto de tela del mismo tipo. Sus piernas, el poco tramo que se podía observar, eran algo delgadas y cubiertas por unas medias transparentes pero con tonos brillantes, y acababan en unos tacones azules, del mismo tono que el abrigo, bajos y punta alargada. Las manos de la señora se entornaban con fiereza sobre un bolso del mismo tono de azul y cadena dorada, lo único que parecía resaltar de todo aquel atuendo junto al broche de brillantes con forma de búho que llevaba sobre el pecho izquierdo. Cuando alcé de nuevo la mirada, en un intento por continuar observándola, me topé con sus ojos, maquillados en azul y negro y protegidos por unas gafas de ver de montura fina y metálica, dirigiéndome una mirada dura, fría y severa, como si no aprobara mis actos o mi atuendo, bastante más sobrio que el de ella. Los labios finos y algo fruncidos estaban pintados de color rojo borgoña -no sé porqué me había esperado que también fueran azules, aunque hubiera resultado raro- y acompañaban el resto de maquillaje fuerte, una base clara y un colorete demasiado llamativo. El cabello parecía casi inexistente; estaba recogido en un moño seguramente pero dicho moño quedaba oculto por una boina de, sí, azul. Del mismo azul que el resto de su vestuario. Menos mal que tenía que bajarme en la siguiente parada porque, estaba segura, un minuto más observando a aquella mujer, y habría acabado rehuyendo del color azul para toda mi vida. Posteriormente, y en intento por darle algo de humor a la experiencia, me acordé de cierto personaje ficticio vestido completamente de rosa y me pregunté, en mi fuero interno, si la autora tuvo también un encuentro con alguna visión del mismo estilo que la señora.

4. Hombre, + 20, rasgos hindúes, pelo castaño corto, perilla, sonrisa. Jersey gris y vaqueros negros. Ojos verdes-azules (Estación de Moncloa, junto a Isla de autobuses 3, puesto externo)

Creía que tenía un problema con los extranjeros y, es que le parecían más atractivos que el resto de hombres autóctonos del país. No dice que haya excepciones pero a los hechos se remite. Salía tan campante de clase cuando le vio. Y sufrió un flechazo inmediato. Estaba en la pastelería frente a la salida de la universidad, colocando los bollos y dulces que salían directamente de la pequeña cocina del establecimiento, del cual venía un aroma dulzón que hacía que las tripas sonaran en busca de alimento. Se quedó parada haciendo como si mirara el móvil pero, lo cierto, es que no podía quitarle el ojo de encima. Era alto, de piel ligeramente dorada, como si le hubieran dado un pequeño toque, como si hubiera pasado bastantes horas bajo el sol. Un tono de piel extraordinario. Tenía el pelo oscuro, casi negro, corto, con algún mechón rebelde liso que quedaba colgando sobre su frente de manera seductora. Ojos grandes y llamativos, de color azul verdoso, cercado por unas tupidas pestañas negras. Sus labios eran algo anchos, rellenos y gruesos y estaban acompañados, en la parte inferior, por una perilla perfectamente recortada. Era únicamente en la parte inferior del mentón, pero le daba cierto toque maduro. Vestía con un jersey gris de cuello vuelto, con las mangas remangadas sobre los codos, unos vaqueros oscuros ocultos parcialmente por un delantal marrón. No podía ver su calzado, pero algo en su interior le decía que debían de ser botas hasta los tobillos, de suela gorda y cordones. El chico desapareció de su vista tan rápido como había aparecido. Se inclinó hacia los lados, intentando encontrarle para que volviera a aparecer en su campo de visión. El chico apareció de nuevo, con una bandeja de cruasanes y comenzó a colocarlos con cuidado. Cuando alzó la vista, le dedicó una sonrisa radiante, mostrando sus dientes blancos y perfectamente alineados, provocando con aquel acto que bajara la mirada azorada y sonrojada, poniendo rumbo hasta el metro. 

5. Mujer, + 7, castaña. Abrigo berenjena y botas grises. Pantalones vaqueros. Ojos claros. (Línea 5, Casa de Campo, Madrid)

Una risa llenó toda la estación. Era una niña pequeña, que revoloteaba alegremente alrededor de la que debía de ser su madre. Cuanto más la regañaba, más se reía. Alzaba las manos, ponía los brazos rectos y daba vueltas con los ojos cerrados, hasta que los abría y dejaba al mundo sin palabras. Y no era para menos, unos ojos así eran difíciles de ver. Pequeños, con pequeñas pestañas tupidas de tono castaño, dos lunares de tamaño creciente bajo el ojo derecho, y unos iris del tono de la luna. Plateados, no grises, sino pálidos como los rayos de la luna o de las estrellas. Su rostro era pequeño y redondeado, con las mejillas sonrosadas por el movimiento y los labios abiertos por la jocosidad de las risas. Llevaba el pelo, castaño miel, recogido en una coleta alta, dibujando una pequeña curva en el inicio de la goma de cabello, y este caía en pequeñas ondas desiguales. ¿Llevaría cortado el pelo a capas? Tal vez. Vestía con una camisola larga rosa que le llegaba hasta la mitad del muslo y unos vaqueros oscuros. Sus pies se movían con rapidez enfundados en unas botas grises de plástico, unas botas de agua que le daban un toque juguetón. El tren llegó y la madre le puso un abrigo grueso -como un plumas- de un color berenjena pálido, el cual cerró hasta arriba en un intento porque no cogiera un resfriado. La niña, cogió su mochila rosa y entró en el tren cogida de la mano de su madre. Ahí se acabaron las risas que habían llenado de alegría aquella estación tan apartada.



Y hasta aquí las descripciones que más me llamaron la atención. Es curioso ver cómo, pese a haber escrito unas descripciones tan poco elaboradas en la libreta, la apariencia y rostro de aquellas personas acudieran a mi mente con semejante facilidad y claridad.

Os animo a que hagáis vosotros lo mismo. Llevad siempre con vosotros una libreta y un bolígrafo o un lápiz, también os sirve la aplicación de notas del móvil si tenéis mucha soltura escribiendo en el teclado. Cada vez que vayáis por la calle o en algún transporte o, por qué no, en clase o trabajo, os fijéis en cómo van vestidas las personas. Haced descripciones cortas o aputad aquello más general; el cabello, rostro, vestuario, calzado, complementos (si los lleva), algún detalle que os llame mucho la atención (como en el caso del hombre andrógino. Juro que era la primera vez que podía ver a uno en carne y hueso). Escribirlo e intentar hacer descripciones que pudierais meter en un relato corto o en una novela. Utilizad todos los detalles que podáis a la hora de describirlo ampliamente.

Y hasta aquí el primer consejo para escribir. Observar mucho, muchísimo. Os sorprenderíais al ver la de cosas que se pueden descubrir con tan solo prestar un poquito de atención.

Espero que os haya servido. Me gustaría leer a alguien que haya puesto en práctica dicho consejo.

Nos leemos~~

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